Atlanta, El Tata y Yo
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No pude dormir nada después de perder contra Columbus.
Jamás pensé que una derrota iba a ser tan dolorosa. Todo ha sido nuevo para mí este año – el país, la ciudad de Atlanta, el club. A pesar de que llevaba aquí 10 meses, sentía que todavía me estaba aclimatando cuando llegaron los playoffs. Pero en realidad, ya tenía una conexión muy especial con Atlanta.
Al perder ese partido, sentí que habíamos decepcionado a la ciudad entera. De verdad que lo siento.
Esa noche, tumbado en mi cama, no podía dejar de pensar en lo que nuestro entrenador, el Tata Martino, nos había dicho antes del partido:
“Esta noche, jueguen tranquilos. No tengan miedo. Sepan por lo que están jugando y para quién están jugando. Sean conscientes de la oportunidad que tienen delante y de las expectativas q esa misma oportunidad genera. Jueguen por Atlanta.”
Jueguen por Atlanta.
Fue surrealista escucharle decir eso. Porque antes de esta temporada, el Tata tenía tanta conexión con Atlanta como yo.
Cero.
Hay algo que tienes que entender: el Tata es una leyenda. Puede que incluso la palabra “leyenda” se le quede pequeña. Él es un ídolo para muchos de nosotros en Sudamérica. Fue el entrenador de Cerro Porteño, un club de la Primera División en Asunción, Paraguay – donde yo crecí – al que hizo campeón. También ha dirigido al Barcelona y a la selección argentina. Pero por lo que muchos de nosotros – especialmente los paraguayos – le recordamos es por 2010. Ese año él dirigió a la selección de Paraguay en el Mundial de Sudáfrica, donde llegamos a cuartos de final. Yo tenía 16 años en ese momento y era lo único de lo que se hablaba en mi barrio. El Tata fue el responsable de aquello.
Vi el último partido con casi todo el mundo que conocía. Lo que más recuerdo es que cuando terminó el partido – perdimos 1-0 contra España – uno de mis amigos nos miró a todos y dijo, “¿se imaginán qué bueno si el Tata nos entrenase algún día?”
Tenemos un dicho en Paraguay.
Quiero contar contigo.
Significa que quiero apoyarme en ti. Hacerlo contigo, los dos juntos.
Es como un voto de confianza.
El pasado invierno, alguien muy especial quiso contar conmigo.
“Hay un equipo… el Atlanta, quieren ficharte y que juegues allí”, me dijo mi representante, Dani, el diciembre pasado por teléfono. “Y también han fichado a un caballero para ser el entrenador…”
“¿Quién?” Pregunté.
“…El Tata”
“¿El Tata?”
Estaba hablando de Gerardo (Tata) Martino.
Mi representante sabía lo mucho que el Tata significaba para mí. Él sabía que lo que estaba a punto de decirme iba a provocar mi reacción.
“El Tata te quiere llamar” dijo.
“¿Llamarme?” No me lo podía creer.
Estaba… ¿cómo decirlo? Avergonzado, de alguna manera. ¿Qué se supone que le tenía que decir al Tata Martino? ¿Y si me pregunta por mi posición o algo sobre fútbol y digo algo estúpido? Casi prefería que no sonara el teléfono. ¿Puedes creerlo? No quería ni contestar al teléfono de lo nervioso que estaba.
Mi padre estaba conmigo, en una habitación en nuestra casa. Los dos estábamos sentados al lado del teléfono en absoluto silencio, esperando a que sonara.
Y de repente sonó. Y contesté. Y hablé con el Tata unos minutos.
Y resulta que semejante leyenda, mi ídolo, es también una de las mejores personas del mundo.
Me dijo que tenía una oferta sobre la mesa para un nuevo proyecto en Estados Unidos, y que si terminaba yendo, quería que yo fuese con él.
“Quiero contar contigo, Miguel.”
Apenas podía creerme lo que estaba escuchando.
“Profe,” le dije, “el simple hecho de que usted me llame ya es un honor. Por supuesto que quiero ir a Atlanta con usted.”
No sabía mucho sobre la MLS. No sabía dónde estaba Atlanta. No sabía nada. Pero el Tata era el entrenador, y eso era todo lo que necesitaba saber.
Cuando era pequeño, rompía mis zapatos todo el tiempo.
Solía tener agujeros en las suelas y cerca del pulgar. Cuando llegaba a casa del colegio agarrando mis zapatos, mi mamá se me quedaba mirando siempre con la misma cara.
“Miguel… otra vez no,” solía decir.
No necesitaba preguntar qué había pasado. Ella ya lo sabía.
Solía pasarme la hora del almuerzo pegando patadas a piedras, o cualquier cosa que tuviera forma de pelota – montones de papel, pedazos de madera, lo que fuera. Donde yo crecí en Paraguay, no había mucha gente que pudiera permitirse un balón de fútbol de verdad. Así que mis amigos y yo solíamos dar patadas a cualquier cosa, sin importar cuántos zapatos rompíamos.
Fútbol, fútbol, fútbol.
Lo es todo para mí. Lo heredé de mi padre.
Él trabajaba como guardia de seguridad en los muelles del rio Paraguay, en Asunción. Cuando llegaba a casa temprano, solíamos ver partidos juntos por la televisión. Yo tenía alrededor de seis años y no entendía el juego del todo, pero sabía que mi padre amaba el fúbol, así que yo amaba el fútbol también.
Con el tiempo, mi padre me llevó a entrenar con el Tres de Noviembre, el club de nuestro barrio. Ahí jugaba con otros chicos de seis y siete años. Y a pesar de ser la primera vez que jugaba a fútbol de forma organizada, conocía algunas de las posiciones y tácticas gracias a la televisión.
En la vida real, el fútbol era mucho mejor.
Con 14 años estaba preparado para irme del Tres de Noviembre en busca de una nueva oportunidad. Hice pruebas en las categorías inferiores del Club Nacional, un club de Asunción que compite en la máxima división.
Las pruebas no fueron realmente pruebas. Solamente unos ejercicios sencillos y una charla sobre tácticas y estilos de juego. No pude demostrar mi talento. Pero a Nacional no le importó. Dejaron bien claro que no podía jugar para ellos por mi tamaño.
“Es demasiado flaco,” nos dijeron a mi padre y a mí.
¿Demasiado flaco? Tenía 14 años. ¿Qué se supone que tenía que hacer?
Como había dejado Tres de Noviembre, no podía volver y jugar para ellos. Estaba destrozado. Lo único que quería hacer era volver a mi antiguo club. Parte de mí quería dejarlo todo. Pero me senté con mis padres y mis abuelos y tuvimos una charla importante.
Me hablaron de la paciencia y dedicación que hacen falta para conseguir lo que uno quiere en la vida. Para empezar, el único motivo por el que yo había tenido esa oportunidad era por lo duro que mi padre y mi madre habían trabajado. Yo lo sabía… y sabía que tenía que agachar la cabeza y seguir adelante.
Mi tío – con el que solía ver los partidos de River Plate cada domingo – me sugirió que fuese a probar con Cerro Porteño, otro club de la primera división en Asunción.
Cerro entrena en Ypané, que está como a 40 minutos en bus desde mi casa. Sabía que si me llegaban a fichar, iba a ser un gran esfuerzo para mí ir hasta allí a entrenar cada día. El jefe de mi tío conocía a alguien en Cerro y cuando fui a las pruebas, me enseño una lista llena de nombres.
“Mira,” me dijo, “hay 100 niños como tú que quieren probar. Así que buena suerte”.
Dios me bendijo aquel día. Porque al final del entrenamiento, el entrenador había hecho una nueva lista – la lista de jugadores que se quedaban en el equipo – y mi nombre estaba en ella.
Me pasé los siguientes meses levantándome temprano para agarrar el bus a Ypané, llegar al entrenamiento a las siete de la mañana y después volver al pueblo para ir a clase. Aquellos fueron viajes largos y solitarios para un niño de 14 años. Pero también fueron importantes.
Fui subiendo rápido en las inferiores de Cerro, pero al llegar a la sub-15 y la sub-16 me encontré con muchas adversidades. Los entrenadores no me ponían porque decían que era muy flaquito. Durante un tiempo, solo pensaba en cambiar de rumbo – otros equipos a los que podía ir. Pero decidí quedarme.
Cuando pasé a la sub-17 me encontré con un entrenador exigente, Hernán Acuña, que vivía por y para su trabajo. Me preguntó de qué jugaba y le respondí que de enganche. Me dijo que iba a darme 5 partidos para demostrarle qué clase de jugador era. Lo hice tan bien que terminé jugando toda la temporada, siendo el capitán del equipo. Gracias a que Hernán me dio continuidad, mi confianza creció – y mi carrera como jugador profesional empezó a tomar forma.
Cerro me dio mucho. Soy hincha del club desde chico y sigue siendo un club muy importante para mí. Me dieron la oportunidad de crecer y siempre estaré agradecido por ello. Pero económicamente fue muy difícil. A veces tenía que esperar entre tres y cuatro meses para cobrar mi sueldo. No podía ayudar a mantener a mi familia con trescientos dólares al mes. Me di cuenta que mi futuro no iba a ser únicamente jugar al fútbol. Iba a ser mantener a mi familia jugando al fútbol. Así que cuando quise moverme a un club más grande me di cuenta que necesitaba un representante. Y tenía una petición para cualquiera que quisiera representarme: primero me tenía que ayudar a encontrar una nueva casa. Mi familia y yo estábamos viviendo en un pequeño apartamento de alquiler con tres habitaciones para siete de nosotros.
Tenía 18 años y jugaba al fútbol profesionalmente en Paraguay. Pero todavía compartía la cama con mi mamá.
Así que me fui a Lanús, un club en Argentina. Fue una despedida muy difícil – era la primera vez que me iba de casa – pero uno de las decisiones más importantes de mi vida. Gracias a eso, pude comprar una casa más cómoda para mi familia.
Argentina fue una experiencia maravillosa. Allí, el fútbol es un arte. Lanús es un club excelente y me hicieron sentir como en casa. El año pasado, marqué un gol en el partido final para ganar la liga contra San Lorenzo que terminó 4-0. Me sentía en la cima del mundo. Pensé que quizás en unos pocos años podría ir a Europa o a un club más grande en Argentina.
Siempre pensé que llegado el momento terminaría en uno de esos lugares.
En cambio, la llamada del Tata el pasado invierno lo cambió todo. Unas pocas semanas después, Darren Eales, el presidente de Atlanta United, junto con Carlos Bocanegra, el director técnico, vinieron a Argentina para conocerme. Nos explicaron el proyecto a mi padre, mi representante y a mí. Nos enseñaron el nuevo estadio, las instalaciones, etc. Fue increíble. Pero para serte sincero, eso no es lo más importante para mí. Para mí lo más importante es el juego, la gente y las emociones.
Para mí, esta era la oportunidad de trabajar con el Tata.
Él es Atlanta para mí.
Puede parecer estúpido. Y ahora amo Atlanta por otras razones también. Pero resulta difícil describir la conexión que el Tata tiene con la gente de Sudamérica. Muchos de nosotros haríamos lo que sea por jugar para él.
Aprendí rápido que el ambiente en los partidos de la MLS es muy diferente al de Sudámerica. En nuestro primer partido no jugué bien. Fallé una ocasión clara y estaba enojado conmigo mismo tras haber perdido 2-1 contra los Red Bulls. Pero aún y todo, después del partido, la gente estaba aplaudiendo y cantando nuestros nombres. Sinceramente, eso me impresionó, pero no lo entendí. ¿Por qué están contentos? En Argentina la gente estaría insultando y silbando al equipo.
Me tomó un tiempo entender que la cultura aquí es diferente. La MLS es una liga muy bonita, con grandes equipos, instalaciones y aficionados. Simplemente es diferente, eso es todo. Y eso es bueno.
La gente dice que es una liga para retirarse. Eso es una tontería. Yo tengo 23 y quise venir aquí. Creo, de hecho, que es al contrario. Es un lugar al que los jugadores jóvenes pueden venir para crecer y convertirse en alguien. El hecho de que gente como el Tata, Sebastian Giovinco y David Villa quieran estar aquí significa algo.
En su momento, tuve miedo de que no me fuera a ir bien en Estados Unidos o de haber tomado la decisión equivocada. Al principio no fue fácil. El club era nuevo, yo era nuevo. Todos estábamos cometiendo errores, pero aprendiendo juntos – eso era lo más importante. También empecé a aprender y practicar mi inglés. Pero… la verdad todavía me cuesta. Sigo aprendiendo y tomando clases.
Mis amigos con los que vi el Mundial de 2010 no pudieron venir a nuestro partido de playoffs porque no tienen pasaporte. Pero tenemos un grupo de Whatsapp en el que les mantengo al tanto. Les mando fotos y vídeos de todo – incluso del desayuno en el centro de entrenamiento, porque todo sigue siendo nuevo para mí y quiero que ellos también puedan vivirlo.
Me gustaría que pudiesen estar en alguno de nuestros entrenamientos y vieran cómo es el Tata. La manera en la que habla sobre fútbol, cómo organiza los entrenamientos… es increíble verlo en persona. Sigue siendo surrealista para mí, ¿sabes? Este hombre era mi ídolo y ahora estamos juntos aquí, en Atlanta, Georgia.
Mi primera temporada en la MLS ha sido muy bonita – Creo que esa es la mejor manera de describirla. He aprendido mucho de mí mismo, de los Estados Unidos y especialmente, de esta ciudad. Me siento muy afortunado de formar parte de este club.
Gracias, Atlanta.