Mi Casa, Mi Gente, Mi Vida
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Cuando te acercan la Copa del Mundo por primera vez, y estás a punto de tocarla, sólo puedes pensar en una cosa.
Pellízcame. ¿Esto es verdad?
Y cuando por fin logras tenerla en tus manos, lo único que haces es mirar a tus compañeros, en medio de la celebración, todavía sin poder creerlo. Nadie logra tomar dimensión de lo que acaba de ocurrir.
Dios mío, la Copa sólo la tocan los campeones del mundo.
Es un momento mágico, único, que no puede ser comparable con ninguna otra sensación en el fútbol.
Todavía recuerdo cuando siendo un niño vi a Dunga levantarla en Estados Unidos 1994. ¡Qué alegría! Allí, en la pantalla de mi televisor, estaban los héroes de todo Brasil.
Cualquier persona sabe perfectamente lo que significa la Copa, pero lo que pocos se imaginan es lo que esconde.
Es que en cada jugador hay una historia, una familia, un sueño. Mi Copa del Mundo en Japón escondía mucho sacrificio, momentos difíciles, pero especialmente contenía una cosa: disciplina.
Quizás a muchos les parezca natural que un jugador del Bayer Leverkusen que acababa de jugar la final de la Champions League formara parte de la selección, ¿no? Bueno, resulta que no es tan así.
Para que verdaderamente entiendas esa noche mágica en Yokohama, te invito a que hagamos un viaje. A que primero me acompañes a una pequeña ciudad en el norte de Brasil. Se llama Planaltina.
Ese es el lugar donde comenzó el sueño. Jugando con mis amigos en la calle, a la mancha, a las escondidas o a la pelota, allí empezó la pasión por el fútbol. Es algo que venía arraigado en la familia, por supuesto. A mi padre le gustaba el fútbol, a mis hermanos, también. Pero poco a poco en la calle, con los amigos, fue creciendo, se hizo más fuerte, y terminó convirtiéndose en una verdadera pasión.
Al principio, yo quería ser delantero. Más específicamente, lo que soñaba era ser un número 7. Atacante con mucho gol. Pero tuve que empezar desde atrás. A los 13 o 14 años, por la altura y la fuerza física que tenía, me pusieron de zaguero. Era dar un paso atrás, sí, pero me empecé a sentir muy a gusto.
No sólo me tocaba jugar atrás en el campo, también jugaba en la parte de atrás… de un estadio.
En esos años, yo jugaba al fútbol amateur en unos campos que están detrás del estadio. Muchos equipos que juegan allí se forman entre amigos, y cuando estaba jugando uno de esos partidos, uno de los entrenadores que trabajaban en el equipo Planaltina me vio jugar y me invitó a hacer una prueba.
Poder entrenarme con profesionales me ayudó mucho en mi formación y en poco tiempo jugaba el campeonato de Brasilia. Tener a toda la familia y a mis amigos en el estadio para ver los partidos era una gran emoción. Claro, íbamos paso a paso, nadie tenía idea de que se iba a convertir en lo que se convirtió, ni yo mismo me lo imaginaba. Estando allí en Brasilia, parecía todo muy lejano.
Hasta que llegó un partido fundamental. El Inter vino a jugar contra nuestro equipo, el Guará, por la Copa de Brasil. Fue uno de los partidos más importantes de mi vida. Perdimos 7-0.
Jajaja.
A pesar de lo nefasto del resultado, igual logré tener algunas jugadas que llamaron la atención de la directiva de Internacional, y me invitaron a pasar una temporada allá, en las divisiones inferiores. De la tristeza por la derrota pasé a la explosión de alegría, porque el sacrificio empezaba a dar sus frutos. La única cosa es que en Brasilia yo ya jugaba con los profesionales, pero el Inter me llevaba a las divisiones juveniles. Otra vez, para dar un paso adelante, había que empezar dando un paso atrás.
En cada jugador hay una historia, una familia, un sueño.
- Lucio
Fue una gran experiencia. Logramos ganar títulos para los Juniors y en 1997 comencé a hacer unos entrenamientos junto con el equipo profesional. Las oportunidades iban apareciendo, y gracias a Dios yo también lograba aprovecharlas.
Me trataron todos de maravillas, había gente que siempre me motivaba, hasta los mismos entrenadores me decían: “Ya estás en el plantel profesional, así que mantén la seriedad, la disciplina, el trabajo duro, que es cuestión de tiempo”. En ese momento, lo que realmente quería era afianzarme en el equipo y quedarme por mucho tiempo. Cuando en cambio me llegó la oportunidad de jugar en el Bayer Leverkusen, fue toda una sorpresa.
Me había esforzado mucho para que eso sucediera, pero también tenía la tensión lógica por la diferencia de cultura, de idioma, de ambiente. Además, en Europa se concentran los más grandes y mejores jugadores del mundo, entonces eso siempre da un poco de mariposas en la barriga, un poco de preocupación.
Y aquí es donde yo descubrí la alegría de estar en ese club, y en ese fútbol, donde la profesionalidad, el respeto y la disciplina son muy valorados. Al jugador le dan toda la ayuda posible, apoyándolo siempre incluso si el resultado de un partido no es bueno. Y lo mismo pasa con los hinchas, que no son fríos, al contrario, son muy apasionados, pero también saben respetar al jugador.
Esa mentalidad hizo que mi adaptación fuera muy fácil, especialmente después de unos meses, cuando llegaron mi mujer y mi hija, y tuve la suerte de tener ese apoyo. En la cancha, me sentía muy cómodo, incluso jugando con temperaturas bajo cero, algo nuevo para mí.
Al igual que sucedía conmigo, en todo el club se vivía esa energía de intentar demostrar y crecer. Había grandes jugadores. En 2001 conseguimos clasificar a la Champions League en la última fecha, y al año siguiente jugamos la final y salimos subcampeones de la Bundesliga. Igual nos recibieron como héroes. El equipo fue encontrando una idea de juego pero especialmente se hizo fuerte en partidos importantes, contra la Juventus, el Liverpool o el Manchester United. Cuando entras al estadio y ves la motivación, la alegría y la energía de la torcida, y sientes que estamos todos en la misma sintonía, entonces en el campo logras dar algo más, algo que el otro equipo no espera. Entre nosotros nos mirábamos y era como decir… ahora tenemos que dar un paso más.
Algo parecido me pasó con la selección de Brasil ese mismo año.
Cuando me convocaron por primera vez, lloré de alegría. Fue un sueño hecho realidad. Abracé a mi familia, mientras pensaba en aquella Copa del 94 y me imaginaba que yo también iba a estar en un Mundial. Era la realización de un sueño de la infancia que siempre estuvo ahí, admirando a los héroes de Brasil. Entonces para mí fue... surrealista.
Pero no todo era perfecto. El momento no era el mejor. No nos había ido bien en las eliminatorias y había mucha desconfianza de la prensa y de una parte del público. Esto trae un poco de tristeza, frustración, pero así, en el camino, todo eso se convirtió en motivación.
Hay que decir la verdad: nadie tenía a Brasil como candidato. Esto sin duda trajo ese sentimiento de que necesitábamos trabajar más, luchar, compenetrarnos y unirnos. El respeto entre nosotros era muy fuerte, los consejos, la amistad que había.
Destaco lo unidos que éramos como grupo, porque en eso también tuvo mucho que ver Felipão, que analizó muy bien a cada atleta, tanto dentro como fuera del campo. Con su estilo, logró controlar, digamos, muchas veces el ego, la vanidad, el orgullo dentro del grupo, y dejar a todos tranquilos, promoviendo siempre esa unión. Día a día, transmitía confianza, motivación, y esas ganas de ganar, que eran muy fuertes.
Cuando cometes un error, no todo está perdido, por lo que debes seguir, hay que luchar, hacer lo mejor posible.
- Lucio
En el camino hubo que sobreponerse a algunos obstáculos. En lo personal, el partido contra Inglaterra, por los cuartos de final, empezó mal para mí. Hubo una jugada difícil, corrí mirando a Owen y cuando giré, la pelota ya estaba encima mío, me terminó rebotando y fue para donde estaba él, que hizo el gol. Recién iban 23 minutos de juego.
En ese momento solo tenía dos alternativas: o me rendía y terminaba por empeorar la situación, o trataba de pelear y revertir. Tanto mis compañeros como el entrenador dijeron: “Olvídalo, el equipo te necesita”. Esas palabras sin duda reforzaron lo que ya pensaba. Tenía que mirar hacia delante. Fue una experiencia de aprendizaje que es muy importante hasta el día de hoy, lo que demuestra que cuando cometes un error, no todo está perdido, por lo que debes seguir, hay que luchar, hacer lo mejor posible. Fue uno de los mejores partidos que jugué. Junto con toda la defensa, logramos que Inglaterra no llegara casi ni una vez. El equipo dio una gran muestra de carácter. Logramos empatarlo con el gol de Rivaldo (un alivio) y luego vino el gol de la victoria con el tiro libre de Ronaldinho.
Cuando nos metimos entre los cuatro, dijimos: hombre, ahora creemos que podemos. Así que hubo crecimiento, fue muy importante para nosotros tener esa confianza y traducirla en llegar a la final.
Enfrente iba a estar Alemania, a la que yo conocía muy bien. Tenía algunos compañeros, y otros jugadores a los que había enfrentado en la Bundesliga. Una final Brasil-Alemania, el otro gran equipo de los Mundiales, siempre quedará en buenas manos, pero yo quería que quedara en manos de Brasil.
;-)
Fue un partido que jugamos todos. Nosotros, en la cancha, fuimos muy superiores, con actitud, buscando el gol, con toda esa energía que habíamos acumulado desde las eliminatorias, la desconfianza que había sobre nosotros, y la certeza de que no lo íbamos a dejar escapar.
Nuestra gente que llegó a Yokohama también lo jugó. Estábamos lejos de nuestro país y sabíamos lo difícil que era para la torcida llegar a Japón, así que antes de entrar al campo, siempre mirábamos al público y siempre tomábamos esa energía positiva, imaginando todo lo que habían hecho para estar ahí en el estadio.
Habíamos recibido muchas imágenes de la gente en Brasil despertándose de madrugada, haciendo una fiesta, parando todo para ver los partidos, entonces eso nos daba más gasolina para entrar con más ganas de ganar. Desde las grandes ciudades hasta las zonas más rurales, recibíamos mensajes de apoyo, de confianza. Todo eso nos hacía crecer la ilusión. Sabes que no estás solo, que hay millones detrás.
Quizás, por jugar en Alemania pude contribuir con un detalle importante en el tiro libre de Neuville, mi compañero en el Bayer Leverkusen, cuando estábamos 0-0. En las semifinales de la Champions, él hizo un golazo contra el Manchester United desde fuera del área. Entonces, cuando vino la falta para Alemania, la cabeza me hizo clic y dije: “Carajo, a veces la gente piensa que porque es bajo y parece débil, no le pega bien”. Y resulta que él era un gran lanzador de tiros libres.
“¡Tengo que avisar a Marcos!”, pensé. Y mientras acomodaba la barrera, logré advertirle que se esperara un tiro peligroso. Creo que ayudó mucho. Neuville pateó muy fuerte, Marcos logró tocar el balón y pegó en el poste. Luego Marcão bromeó: “Gracias, gracias”.
Por suerte, llegaron los goles de Ronaldo. Después del 2-0, sólo había que defender bien, pero el sentimiento de lo que estaba a punto de ocurrir iba creciendo. Había que respetar al rival hasta el final, pero el sueño estaba más cerca.
Todo ese sacrificio. Todas las lesiones. Las dudas y los momentos difíciles. Solo unos minutos más.
Aquel niño que jugaba detrás del estadio, que quería ser delantero, que se fue a luchar a Alemania, estaba ahí, celebrando en Yokohama. Como los héroes de 1994.
Cuando por fin toqué la Copa, sólo pude sentir agradecimiento. A Dios, a mi familia, a mi pueblo, a mi gente. Eso es lo que esconde mi Copa del Mundo. No era sólo yo el que la estaba levantando. Eran todos ellos.
Ahora ya lo sabes.
Ya sabes que el fútbol ofrece amor y oportunidades para todos, pero que tienes que estar dispuesto a hacer un esfuerzo muy grande para destacarte.
Y ya sabes que muchas veces, para dar un paso adelante, debes saber empezar desde atrás.