El fútbol no tiene género

Sam Robles/The Players' Tribune

To read in English, click here.

La noche del Balón de Oro todavía la tengo borrosa en mi cabeza. Por un momento, estoy dejando el entreno con la selección española, después estoy viajando en un avión privado hacia París y, de repente, Kylian Mbappe me está haciendo entrega del trofeo. Hecho un vistazo a ese precioso teatro y en las primeras filas veo a mi familia y a Leo Messi! Fue una noche histórica no solo para mi sino también para las otras compañeras del Barça nominadas, cuatro de las cuales somos españolas. Podríamos habernos saltado la gala porque al día siguiente jugábamos un partido de clasificación para la Eurocopa contra Escocia pero sabíamos que teníamos que estar allí costara lo que costara. El último español que había ganado el Balón de Oro fue Luis Suárez en 1961. ¿Cómo podía yo no estar allí?

Mi madre y mi hermana no dominan mucho de fútbol. Ellas lo son todo para mi y estuve encantada de que me acompañaran en París para compartir aquel momento, pero no creo que supieran a ciencia cierta lo que estaba aconteciendo allí. Durante la gala se me acercaban y me decían cosas como «Alexia, me he hecho una foto con tal... ¿Me puedes decir quién es?» Jajaja!

Todavía no me he podido reencontrar con el trofeo. Después de la ceremonia y de atender a los medios, me despedí de la familia y volé hacia Sevilla para el partido contra Escocia. No hubo tiempo para celebraciones ni para asimilarlo todo. Dejé el Balón de Oro en la habitación del hotel, jugué el partido y luego lo entregué al Barça, que lo ha custodiado desde ese día.

Me di cuenta de que estaba en el Burj Khalifa cuando activé el móvil. Después de los Globe Soccer Awards en Dubai, proyectaron mi imagen en el rascacielos, que mide cientos de metros de alto. Como estábamos dentro del edificio cuando esto estaba pasando, no pude darme cuenta. Cuando activé el móvil empecé a verlo. Tengo entendido que es la primera vez que han proyectado la imagen de una mujer y me parece algo muy positivo para la visibilidad de nuestro deporte.

La fama es algo más con lo que tienes que convivir. Mi vida ha cambiado durante el último año y todavía está cambiando pero yo sólo me centro en lo que tengo que hacer cada día. El resto no me interesa.

Desde que era una niña, mi objetivo era ser jugadora del Barça. Cuando juego para este club siento que estoy representando a mi familia, a mi historia, a mis orígenes. Cuando tenía seis años, recuerdo que vi El Clásico desde encima de una mesa de billar. En mi familia son muy Culers y, cuando no podían ir al estadio, muy a menudo iban a ver los partidos al bar La Bolera, que estaba muy cerca de nuestra casa en Mollet del Vallès. Los días de grandes partidos se llenaba y mi padre me cogía en brazos y me colocaba encima de la mesa de billar para que pudiera ver la pantalla por encima de los adultos. Recuerdo que me ponía muy nerviosa aunque apenas sabía lo que estaba pasando. Sólo sabía que aquello me importaba.

Pensaba que el Camp Nou era solo para hombres. Cuando era una niña iba al estadio con mis padres, con mis tías, con mis tíos y con mis abuelos, todos en el bus de la Penya Barcelonista de Mollet. En aquellos días siempre intentaba sentarme lo más cerca posible de los jugadores. Siempre insistía para acercarme un poco más, aunque la visibilidad fuera peor. Quería sentir que yo formaba parte de la acción! Si en aquel momento me llegan a decir que algún día pondría los pies en ese césped hubiera dicho "Pffft, no puede ser...Aquí solo juegan los hombres". El año pasado, cuando jugué allí, hice realidad un sueño que tenía desde los seis años. Cuando estás en el vestuario o en el círculo central -wow- necesitas parar unos instantes para asimilarlo todo. Es un sitio que impone respeto.

Solía escuchar cosas como "Esta chica tiene algo...Es especial". Pero nunca le dediqué atención. Solo quería jugar. Cuando fuera y dónde fuera, jugaba siempre. Por ejemplo, si mis padres iban a la plaza a tomar un café, yo me llevaba el balón y entrenaba el remate contra la pared del ayuntamiento hasta que volvía con ellos totalmente sudada, suplicando un poco de agua. Jugaba tanto en la calle que acababa con las piernas llenas de moratones y mi madre me decía "Vale, tendremos que llevarte a algún club de fútbol por el bien de tus piernas!" (Aunque no funcionó, seguía jugando en la calle y los moratones seguían estando allí jaja!).

Mi carrera futbolística empezó con una mentirijilla. Mi familia me llevó a Sabadell porque una tenían a una amiga que jugaba en el equipo. Yo tenía siete años y la edad mínima para jugar era de ocho años, por lo que mi familia tuvo que hacer un poco de trampa para que yo pudiera fichar. Recuerdo que, después de trabajar, se turnaban para llevarme a entrenar en un viaje de media hora. Cuando me llevaba mi tía, me ponía un casco y me sentaba en la parte trasera de su imponente moto de seis cilindros. Jugaba con niñas que tenían 11 o 12 años y, aunque llegaba a casa y me quejaba porque no podía chutar tan fuerte como ellas, disfrutaba mucho.

Cuando estudiaba, nunca tenía suficiente. Estaba estudiando en la uni por la mañana y entrenaba por la noche, pero en mi cabeza yo ya era una profesional. En aquel momento, si hubiera podido entrenar 24 horas al día, lo hubiera hecho.

Alexia Putellas | El fútbol no tiene género | The Players' Tribune
Sam Robles/The Players' Tribune

El Barça creyó en el equipo femenino. Cuando volví al club en 2012, estuvimos unas cuantas temporadas sin ganar nada. No dábamos el nivel. Pero el Barça, en vez de revisar su apuesta, la dobló. Incluso cuando los resultados no eran inmediatos, el club se comprometió con el proyecto. Sabían que se necesita tiempo para llegar al éxito.

Que el Lyon nos aplastara en la final de la Champions de 2019 nos fue bien. De hecho, fue uno de los momentos más importantes en nuestro trayectoria. Fue mérito del Lyon, estaban en otro nivel. Ni siquiera nos pudimos acercar a su nivel en Budapest pero en ningún momento sentimos que hubiéramos fracasado. Parece raro decirlo después de una derrota pero me sentía en paz conmigo misma. Era como si hubiéramos visto que “O sea, que este es el nivel, no?”.  El camino estaba claro y supimos que nos teníamos que poner manos a la obra. 

Jugué lesionada la final de la Champions de 2021. Tres días antes de la final, en un entreno, noté dolor en los isquios. Hablé con el entrenador y con los servicios médicos y me dijeron que harían todo lo posible. Al día siguiente, el dolor persistía y 10 minutos después de empezar tuve que parar, no podía continuar. Veía que se cerraban las puertas de mi sueño: la oportunidad de rectificar lo ocurrido en Budapest. Entonces, 24 horas antes del partido, empecé a hacer trabajo mental y me dije a mi misma que no estaba lesionada. Necesitaba creérmelo. Por respeto a mis compañeras, no podía permitirme jugar con una marcha menos. Decía a la gente que estaba a mi alrededor: “¿De qué lesión hablas? No  me hables de lesiones”. Después de ganar la final, estuve dos semanas de baja porque el dolor era peor de lo que pensaba…pero valió la pena. Créeme si te digo que, durante las celebraciones, no noté nada en los isquios.

Estaba segura de que íbamos a ganar al Chelsea. A lo mejor porque ya teníamos la experiencia de haber jugado una final anteriormente, todo fue distinto.  Confiábamos al máximo en nuestro plan de partido, en cada compañera, en nosotras mismas. Es un tipo de certeza que casi no puedo explicar. En el primer tiempo, cuando iba a lanzar el penalty del 2–0, estaba muy tranquila. Aquel balón iba a entrar y nosotras íbamos a ganar.

Soy adicta a la presión. Siempre me ha gustado ganar y he odiado perder. Incluso cuando era una niña, necesitaba que hubiera algo en juego. Pero, después de 10 años en el Barça? Bueno, interiorizas los valores del club…y, si no lo haces, no duras mucho aquí. Sabes que tienes que ganar todos y cada uno de los partidos. No hay más. No me puedo imaginar jugando en un club que no tengas unas aspiraciones tan altas. No sé si podría rendir.

El fútbol no tiene género. Cuando era pequeña, en Mollet, yo era la única niña que jugaba con los niños en la plaza o en el parque pero eso nunca fue un problema. Nunca me dijeron que no podía jugar ni me insultaron. Nadie levantaba la ceja cuando aquella niña decía que quería ser futbolista. Reconozco que he tenido suerte de tener la familia que tengo y de los amigos con los que crecí, pero mi experiencia debería ser la de cualquier niña. Las nuevas generaciones necesitan normalizar este tipo de situaciones. El fútbol nos pertenece a todos.

Cuando me retire, me pondré la camiseta y la bufanda y volveré a montarme en ese bus de la Penya Barcelonista de Mollet –el mismo en el que me montaba de niña– para ir a ver a la siguiente generación de niños y niñas que jueguen para el club de mis amores.

Es una cuestión de oferta y demanda. Anteriormente la gente se podía preguntar si existía la demanda del fútbol femenino pero actualmente hay que garantizar la oferta. Durante los 20 años que llevo jugando, el mundo ha cambiado y cambiará más aún. Y si crees que el nivel actual de engagement del fútbol femenino es bueno, seguro que te vas a reír cuando mires atrás en unos años. Será brutal.

Alexia Putellas | El fútbol no tiene género | The Players' Tribune

FEATURED STORIES