Es Hora De Que Me Conozcáis
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Dicen que una imagen vale más que mil palabras. No siempre es cierto.
El 29 de mayo, después de ganar al Manchester City en la final de la Champions League, alguien me hizo una foto que dice mucho más, probablemente un libro entero, como mínimo para mi. Yo estaba levantando el trofeo, gritando de pura felicidad con mis compañeros de equipo que celebraban la victoria detrás mío.
Esa foto dice muchas más cosas. Primero, muestra el significado que tiene para los jugadores el título de la Liga de Campeones. Habíamos empezado mal la temporada pero la acabamos de la mejor forma posible.
También muestra lo unidos que estamos. Y es que el equipo técnico merece un reconocimiento enorme por hacernos sentir a todos importantes. En gran parte por esto yo disfruté tanto esa victoria y me siento como en casa en el Chelsea.
No hay mejor sensación en el fútbol que cuando ganas como equipo.
Tercero, muestra el significado que tiene para mí el título. Fue una sensación increíble, realmente difícil de explicar. Mientras levantaba el trofeo me acordé de muchos momentos, felices y no tan felices, que me habían hecho llegar hasta aquí. Son historias personales, que no he compartido prácticamente con nadie. Ya sé que el tópico dice que los españoles somos sociables y abiertos, y en muchas partes de España es así. Pero yo soy de Ondarroa, un pueblo pesquero en la Costa Norte y allí raramente se comparten los sentimientos. Para bien o para mal, siempre he sido así.
Así que aunque me cueste hacerlo, hoy quiero compartir alguno de estos momentos con vosotros, porque creo que es hora de que nos conozcamos mejor.
Los futbolistas siempre tenemos a la opinión pública encima. Nos analizan, alaban y critican. Somos muy conocidos porque la gente nos ve jugar cada semana y saben de nuestras fortalezas y debilidades. Pero ese conocimiento es muy superficial.
A menudo pienso que aunque la gente sabe quienes somos, prácticamente nadie nos conoce de verdad.
Al menos, es lo que yo siento.
Cuando tenía 16 años, tuve una discusión importante con mis padres. Jugaba con el Athletic Club de Bilbao desde que tenía 9 años junto con tres amigos de la infancia, y tres o cuatro veces por semana cogíamos un taxi que en 45 minutos nos dejaba en Lezama, donde el Athletic tiene los campos para la cantera.
Pero un día, cuando tenía 16 años, las cosas se pusieron más serias. Yo estaba entrenando con el preparador de porteros del primer equipo, Luis Llopis, y después de un entreno me dijo: “Mañana entrenas a las 10:30h de la mañana.”
Le miré como el chico más confundido del mundo.
Le dije: “¿Pero cómo? Yo siempre entreno por las tardes.”
Me respondió: “Claro, pero mañana entrenas con nosotros.”
Y yo me quedé como diciendo: “¿Con quiénes?”
Y ahí me dijo: “Con el primer equipo.”
Fue una gran alegría y no me la podía guardar. Fui a casa directo a contarles a mis padres. Pensaba que estarían contentos por mí... Y lo estaban, al menos en parte. O sea, habían sido ellos quienes me compraron mis primeros guantes cuando era niño. Cada vez que pasábamos por delante de la tienda de deportes de al lado de casa yo les decía: “Los guanteees. ¡Quiero los guanteees!” Al final me los compraron. Y aunque el par que me dieron era demasiado grande, daba igual, ya me había enamorado de ellos. Y cuando me ofrecieron cambiarlos por unos más pequeños, dije: “No, ¡Yo quiero éstos!”
Y luego me presenté al entrenamiento con guantes que me llegaban hasta el codo.
Pero, a decir verdad, mis padres se preocuparon cuando les dije que iba a entrenar con el primer equipo. Son gente humilde y muy trabajadora, como todo el mundo en Ondarroa. Y tenían una pregunta importante para mi:
“¿Y qué pasa con el colegio?”
Yo no me lo podía creer. ¡Era el primer equipo! ¿A quién le importaba el colegio? Pero a ellos no les entraba en la cabeza que me saltara algunas clases.
Después de entrenar con el primer equipo un par de veces empezaron a protestar: “A ver, esto no puede seguir así. Tienes 16 años y tienes que estudiar!”.
Al final se presentaron en el campo de entrenamiento para pedirle explicaciones a Luis. Y él seguramente se quedó pensando: “¿Pero de dónde salen estos padres?” Jajaja. Se reunieron durante un rato y Luis les explicó que el club veía en mí a una parte importante para su futuro. Después de aquello creo que mis padres lo entendieron. Más o menos...
Pasaron unos meses e hice la pretemporada con el primer equipo. Estaba trabajando con Marcelo Bielsa, un genio, y con futbolistas como Javi Martínez o Fernando Llorente que acababan de ser campeones del mundo con la selección española. Al principio me parecía surrealista, pero rápidamente me di cuenta de que si estaba allí era porque el club realmente creía en mí.
En la primavera de 2013, cuando solo tenía 18 años, había ganado la Eurocopa Sub 19 con España, había subido al Athletic B y, además, estaba entrenando con el primer equipo.
Todo iba bien, pero entonces llegó una oferta inesperada: la Ponferradina, un equipo de la Segunda División española, me quería como cedido. Eran buenas noticias, pero aceptar la oferta significaba dejar el Athletic, mi club -y mi segunda casa- desde los nueves años. No estaba convencido de dejar un sitio en el que me sentía tan a gusto y tan protegido.
Le di muchas vueltas pero al final decidí aceptar el reto. Y esa fue una de las mejores decisiones de mi vida porque en la Ponferradina me demostré a mí mismo, y a todos los que confiaban en mí, que podía pelear con los mejores, que podía ser importante en el fútbol profesional.
Cuatro años más tarde, en el verano del 2018, llegó otra oferta inesperada: el Chelsea.
Si te soy sincero, al principio no pensé mucho en ello porque tenía un contrato con una cláusula de rescisión de 80 millones de euros y el Athletic no iba a negociar. No lo habían hecho nunca con salidas de jugadores importantes como Javi Martínez, Fernando Llorente o Ander Herrera. Lógicamente estaba muy contento de que un club con la historia y el potencial del Chelsea se interesara por mí, pero simplemente no pensaba que fuera a suceder. Unos días más tarde mi agente me dijo que el Chelsea había ofrecido una cifra muy alta, prácticamente la cláusula entera. Y fue como “Hostia, parece que éstos me quieren de verdad”. Cuando finalmente nos informaron de que estaban dispuestos a pagar la cláusula, me volví a encontrar ante una decisión importante.
Estuve unos cuantos días pensándolo. Era una gran responsabilidad, pero también era un halago enorme que un club como Chelsea hiciera una apuesta tan importante por mí, y estoy muy contento de haber dicho: “a por ello”. Las decisiones más difíciles son las que nos hacen crecer.
El 8 de agosto, firmé el contrato.
El 11 de agosto, estaba en Huddersfield jugando mi primer partido con el Chelsea.
Todo fue muy rápido. Fue como si me hubieran teletransportado a una nueva realidad. Solo conocía a mis compañeros de equipo de verlos por televisión desde España. Y mi inglés, pues, no era demasiado bueno.
Afortunadamente el club me recibió con los brazos abiertos y tuve la suerte de que ya había muchos españoles: Cesc Fàbregas, Álvaro Morata, Pedro, Marcos Alonso, César Azpilicueta e incluso Mateo Kovačić que venía del Real Madrid y también hablaba español.
Diría que mi primera temporada fue muy buena. Me adapté rápidamente a la Premier League, sin duda la liga más difícil del mundo para los porteros, volvimos a clasificarnos para disputar la Champions League, ganamos la Europa League contra el Arsenal y jugué la mayoría de los partidos de titular con la selección española.
Para mí, sólo una imagen en la final de la League Cup empañó esa temporada. Y ya es hora de aclararlo de una vez por todas.
Todo fue un gran malentendido. El Manchester City estaba dominando el partido en la prórroga y faltaba poco para ir a los penaltis. Después de hacer una parada, noté algo en la pierna y pedí asistencia médica para asegurarme de que no era nada, pero sobre todo para que el equipo pudiera recobrar el aire. Pero de repente vi que el míster, Maurizio Sarri, había mandado a Willy Caballero a calentar. Pensó que yo no podría seguir. Mi intención, equivocada o no, era solo la de perder tiempo para ayudar al equipo, pero no tenía ningún problema físico serio que me impidiera seguir jugando.
Intenté hacerle una señal de que estaba bien, de que no estaba lesionado. Pero estábamos en Wembley delante de unas 80 mil personas, así que lógicamente no me entendió. Cuando el cuarto árbitro levantó el cartel yo debería haber salido, y lamento no haberlo hecho.
Me equivoqué y lo siento por todos los que se vieron involucrados: por el mister Mauricio Sarri al que parecía que desaprobaba en público, por Willy, un compañero y profesional ejemplar y en general por todos mis compañeros y aficionados del Chelsea que tuvieron que aguantar todo el ruido mediático que se generó, durante el partido y sobre todo en los días posteriores.
Dentro del club no fue un gran problema. Tuve una charla con el mister, comentamos cómo lo habíamos visto, y lo aclaramos. Después de esto dejé de jugar un partido, pero a la semana siguiente ya estaba de nuevo en el equipo. Recuerdo haber jugado un gran partido contra el Fulham y ya está. Un par de meses después, eliminamos al Frankfurt en las semifinales de la Europa League y paré dos penaltis en la tanda. Todo volvía a estar bien internamente.
Pero fuera del club, la cosa se fue de madre. Cuando miré el móvil en el vestuario después de la final de la League Cup, me dí cuenta que me había convertido en una noticia mundial. Y la cosa siguió así tres o cuatro días más. Fue abrumador. Y claramente, la mayoría de la gente que vio las imágenes pensó que le había faltado al respeto a Maurizio
Me sentí incomprendido, porque jamás fue mi intención menospreciar al míster. Sólo había intentado decirle que estaba bien. Traté de explicar a la prensa lo que realmente había ocurrido, pero no sirvió para nada.
Por suerte ahora ya es una anécdota del pasado. Sigo teniendo una fantástica relación con Maurizio. Y la próxima vez, en una situación similar, sabré qué hacer.
Pero es un ejemplo de que no todo es lo que parece desde fuera.
La temporada siguiente fue difícil para todos y yo no fui una excepción.
Poco a poco fui perdiendo la confianza y acabé cometiendo algunos errores. Acepto las críticas, por supuesto. Siempre jugamos con presión. Saber llevar los malos partidos y los comentarios negativos forma parte de nuestra profesión. Pero a veces se va demasiado lejos. No pasa nada por decir que un jugador ha cometido un error pero cuando se utilizan las críticas para hacer daño o se escriben mentiras que no tienen nada que ver con el fútbol, se están cruzando determinadas líneas.
Y debería haber un límite, ¿no crees?
Cuando tu familia y amigos leen cosas horribles sobre ti en los medios y en las redes, eso les afecta e, indirectamente, también te afecta a ti. A fin de cuentas, no somos más que personas intentando hacer nuestro trabajo lo mejor posible.
Estamos viendo casos de racismo, de amenazas a familiares, de homofobia... Es inaceptable. Tenemos que trazar una línea en algún punto. Creo que, de una vez por todas, hay que tomar medidas para parar el abuso en las redes sociales.
Ahora mismo me siento muy a gusto en el Chelsea, tanto a nivel físico como mental. Soy feliz y estoy convencido de que hoy soy mejor portero que hace dos años. Me gustaría tener más minutos, claro que sí. Mentiría si dijera que ya estoy contento con el estado actual de las cosas pero respeto muchísimo las decisiones del entrenador. Entiendo que hay compañeros que están pero respeto muchísimo las decisiones del entrenador. Entiendo que hay compañeros que están haciendo un gran trabajo y que, en definitiva, el equipo está en un gran momento. Y esto es lo más importante.
Si no hubiéramos puesto al equipo por delante hubiera sido imposible ganar la final contra el City.
Siempre trato de ayudar al equipo desde el rol que me toque. Desde pequeño mi padre me inculcó la idea de que cuando haces lo que te gusta, el trabajo duro no es solo la mejor forma de conseguir tus objetivos, sino también una satisfacción en sí mismo. Estas últimas semanas he pensado mucho en esta enseñanza, y en cómo, cada vez que me he encontrado en una situación difícil, la solución ha sido la misma: centrarme en mi trabajo. Hay jugadores a los que no les gusta entrenar. A mí me encanta. Es algo que los entrenadores siempre han valorado y que me hace sentir bien conmigo mismo. Incluso si no me da un minuto más en el campo, un buen entreno me hace estar satisfecho conmigo mismo.
Me hace sentir en paz.
Así que empiezo esta nueva temporada con las pilas cargadas de ilusión y dispuesto a seguir haciendo lo que más me gusta. Y sabiendo que si me esfuerzo en cada entreno y ayudo al equipo en todo lo que pueda, los resultados llegarán. Siempre llegan.
¿Qué pasará en el futuro? Eso no lo sabe nadie. Pero a día de hoy estoy muy feliz en Londres y espero que en los próximos años pueda celebrar muchos más títulos con mi equipo, el Chelsea Football Club.
Y, por encima de todo, espero que la gente me llegue a conocer de verdad, y que con el tiempo me recuerde como alguien que hizo todo lo posible para echar una mano a sus compañeros y a su equipo. Porque, al fin y al cabo, para eso estoy aquí.